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jueves, 13 de diciembre de 2012

Mi colchón de noventa.


Era tanto el poder que teníamos que convertimos un colchón de noventa en una perfecta cama para dos.
Tanto que se cumplían hasta las canciones imposibles.
Tanto que llegábamos a que mi blusa te robase el aroma y a tu almohada le prestase mis sueños.
Era nuestra forma de vivir una felicidad que se nos dio sin pedirla.
Y, aunque el espacio era pequeño, aunque conmigo estaba un Unicornio Azul, los folios en blanco, el mechero, él, los sueños rotos, las lunas que vi pasar, el vaso con las correspondientes penas en él ahogadas, mi ropa, la ausencia de la tuya y mi alma encogida. A pesar de todo, aunque otras veces había estado ya muy frío, nunca había estado mi colchón de noventa tan solo como lo está desde que te fuiste tú.