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domingo, 27 de enero de 2013

Jazz


Qué dañinas son las noches de jazz cuando no traen con ellas ni copas, ni humo ni compañía.

Mucho más dañinas, porque no hay nada que las alivie, nada que las disfrace (y, por lo tanto, las camufle), ni lugar donde esconderse cuando duelan.

Cuando el jazz es sólo jazz, cuando sus atentos espectadores son la mente y el corazón y el local donde actúa el cuerpo. Las que siguen siendo noches aunque llegue la luz, las que te prohíben el sueño, aquellas de las que huyo. De esas noches hablo.

Qué dañinas son las noches de jazz, aquellas que me muestran las ausencias existentes de mi vida.